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Opinión

  • Cuento de Navidad

    22 de diciembre 2011

    Ramiro tiene 25 años y es un nativo digital. A Ramiro le parece que su router es feo. En una campaña de su compañía ha visto otro mucho más bonito. Sin pensárselo dos veces, llama. Lo atiende Marcela, desde Argentina, que le pide sus datos. Además del tipo de contrato, en la pantalla a Marcela le aparece una casilla en rojo que titila insistentemente. Le indica que, pese a pagar 35 euros al mes de por vida por haberse acogido a una promoción, Ramiro es un cliente de la máxima importancia. Un programa recientemente adquirido por la operadora ha comprobado que cuenta con 1.800 amigos en Facebook y quinientos en Linkedin, además de otros cientos repartidos por Tuenti y otras redes de contenido.

    Antes de que Ramiro termine de exponer la queja inventada de que su router va mal, la operadora le confirma que recibirá uno nuevo, completamente gratis y entregado por mensajero, en el plazo de dos días. Ramiro, tras un momento de satisfacción, empieza a mirar con malos ojos esa impresora que compró hace una semana por internet, antes de comprobar que había otra mejor por el mismo precio.

    Doña Anunciación vive sola en un piso del centro, un quinto sin ascensor. Hasta hace dos años los subía del tirón, pero ahora, ya con 80, tiene que pararse unos minutos entre piso y piso. Doña Asunción ha oído hablar de internet, cómo no, pero ni tiene ordenador, ni sabría usarlo. Desde hace una semana el teléfono no le funciona. Para reclamar a la compañía tiene que salir a la calle a pesar del frío y desplazarse a la única cabina que queda en el barrio, dos manzanas más allá. Podría pedirle el favor a algún vecino, pero doña Anunciación conoce su respuesta. Ella es la única que se niega a abandonar su piso de renta antigua a pesar de la oferta de la propiedad. Hoy la atendió Marcela. En su pantalla los datos de doña Anunciación no parpadeaban. Es un cliente del rango más bajo. Tomó nota mecánicamente de la demanda y pasó el mensaje al departamento correspondiente.

    Pero esto es un cuento de Navidad y tiene que tener un final feliz. Ese día, doña Anunciación tuvo una alegría. Su nieto pasó por su casa después del trabajo. Hacía días que no podía localizarla. Doña Anunciación le contó apesadumbrada sus problemas con el teléfono. Ramiro sacó su smartphone del bolsillo cual pistolero desenfundando un Colt.

    Por David Torrejón

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