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Opinión

  • El factor humano

    14 de mayo 2012

    Desde hace relativamente poco tiempo sabemos que los seres humanos actuamos y tomamos decisiones con una mayor influencia de factores emocionales que racionales. Damasio demostró que usamos nuestra inteligencia para racionalizar y justificar después esas decisiones que hemos adoptado en un estrato inconsciente de nuestro cerebro. Esta demostración, sin duda inquietante, lejos de haber producido una conmoción en aquellas parcelas de la vida económica o política en las que es obligatorio tener en cuenta la forma en que el otro decide, ya sea pareja, cliente o votante, se están abriendo paso lentamente y con dificultad. Nada raro, si tenemos en cuenta que la visión racional del ser humano lleva muchos años vigente y se sigue enseñando en muchas escuelas de futuros mandos.

    Quizás por eso asistimos a este espectáculo inacabable en el que los destinos de la Unión Europea se dirigen con criterios férreamente economicistas y macroeconómicos. Los expertos en marketing saben que dejar fuera de la ecuación al cliente es un mal asunto, ya sea desde un enfoque racional o emocional. Pues eso es lo que se está haciendo a escala europea, poniendo por delante ecuaciones económicas en las que el factor humano no está presente o, si lo está, no se le considera en su auténtico potencial. Pensar que, si se arrincona a un país democrático contra las cuerdas, sus ciudadanos van a seguir como corderos las decisiones tomadas lejos de sus hogares y ejecutadas por políticos locales, es no entender nada. El caso griego es un ejemplo evidente. Ojala nos equivoquemos, pero su salida de la zona euro es cuestión de poco tiempo y su default pondría en peligro otras economías de mayor peso o de un peso insoportable para el sistema euro, como la española o la italiana.

    En España, la fortuna ha querido que las elecciones le pasaran por la puerta al partido de la oposición en el momento oportuno. De haber ocurrido dos años antes, con el consiguiente desgaste, podríamos estar en una situación a la griega. Lo cual no quiere decir que nuestra situación social no pueda empeorar con un gobierno en mayoría absoluta y una oposición poco o nada comprometida.

    ¿Nadie piensa en la reacción de los votantes de esos países? Es obvio que no, que quienes dirigen los destinos de Europa no cuentan con un planificador estratégico y que, si bien usan de técnicas de comunicación y marketing para ganar el favor de sus votantes, cuando éstos no son suyos esas cosas dejan de importarles. Da la impresión de que no tienen siquiera un politólogo de cabecera que anticipe que a toda acción sucede una reacción. Y que esa reacción puede terminar con el castillo de naipes en que se ha convertido la Unión Europea.

    Sólo ahora, más de dos años después de un continuado fracaso de la política de recortes y ante el ejemplo griego, se están planteando la necesidad de un cambio o aligeramiento de la misma. O quizás este planteamiento nuestro está equivocado, quizás quienes tienen el poder europeo in pectore, el Banco Central Europeo y especialmente quien lo controla, la Alemania de la canciller Ángela Merkel, están actuando como Damasio descubrió: disfrazando de racionales unas decisiones tomadas desde la emoción y servidas en bandeja como tales a sus propios votantes.

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