Opinión
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El Sol, nueva era
28 de mayo 2012Tras una primera y testimonial edición en Marbella, el festival ahora llamado El Sol ha estado durante tres décadas asociado a la ciudad de San Sebastián. Tanto que, durante años, el nombre de la ciudad también estaba incorporado al evento. Ahora, al alcanzar su vigesimoséptima edición, el festival de la AEACP estrena en Bilbao nueva sede.
Llega el cambio en un momento difícil para el sector, para los festivales y para el propio país. Dicen algunos que estos no son tiempos de realizar mudanzas pero, para otros, un cambio puede suponer una revitalización o revulsivo, como se dice en deporte. Cambiar de sede sería así el equivalente a cambiar de entrenador en un club de fútbol. Por el momento, parece que optar por esta segunda opción ha sido acertado. Las inscripciones se han estabilizado en cuanto a su número global —lo que ya es un cambio de tendencia— aunque por secciones el asunto se pueda analizar en más detalle. Dado que las españolas han descendido, está claro que la labor de promoción exterior de la AEACP ha funcionado. Así, la excusa del cambio de sede ha dado la oportunidad para refrescar la oferta del festival en diversos países. En cuanto al número de delegados, lo que de verdad importa a la ciudad que apoya al evento, también parece que habrá un balance positivo, aunque tendremos que esperar, dada la cantidad de delegados que se inscribe a última hora. Con el balance en la mano sabremos si la elección de una nueva sede ha pagado dividendos en asistencia local y/o latina.
Para otros asuntos habrá que esperar incluso más tiempo. Por ejemplo, la organización. La dificultad extra de un cambio hará mucho más complicada la gestión del evento para la organización, así que será difícil ser crítico el primer año. Y si todo transcurre correctamente, habrá que dar un doble reconocimiento. Por último, donde no parece que apunten muy bien las cosas es en el apartado competitivo, al menos para las agencias españolas. A estas alturas y según las normas de la competición, ya deberían haberse emitido las campañas participantes y, como de costumbre, deberíamos tener en mente un manojo de candidatos a premio. Por el momento, estos se cuentan con los dedos de una mano y, si bien siempre hay sorpresas de última hora —de no ser así, los festivales perderían su mayor atractivo—, no parece que sea probable un resultado arrollador de las agencias españolas. Al menos en los apartados de piezas (quizás de ahí la baja inscripción), porque las secciones que se juegan con casos son siempre más proclives a producir sorpresas en base a resultados y a vídeos de presentación capaces de extraer valores que en una pieza nunca lucirían de la misma forma. Quisiéramos equivocarnos, pero todo apunta más bien a lo contrario: un descenso del nivel creativo de la publicidad española. Y si finalmente no acertamos, estaremos encantados de reconocerlo.
Pero, y esta es la última reflexión, un festival no es sólo una competición o la excusa para una reunión de profesionales, es sobre todo una herramienta para mejorar la competitividad de un sector. En ese sentido, el verdadero éxito sería comprobar que las salas de exhibición de piezas o casos vuelven a llenarse de delegados y no solo durante la entrega de premios.
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